Jareth se había asegurado de que aquello pareciera un lugar sin salida. Si fallaba, su hermano jamás volvería a casa y ella tampoco. A ella le iría bien, pero a Toby no. No estaba tan segura de eso. Si se negaba a jugar aquel estúpido juego suyo, perdería a Toby y ella de todos modos sería obligada a irse con Jareth, no es que la idea le repugnara. Pero según él… había archivos en contra de ella, por lo que acudir con la policía quedaba descartada.
Sarah se mordió el labio mientras miraba el reloj que ahora marcaba la una de la mañana del sábado, y golpeteó con sus uñas la mesita del porche con impaciencia como si aquello pudiera darle las respuestas. Si ganaba, si ganaba el juego… salía perdiendo. Perdería su oportunidad de ser libre. De vivir. Jareth le había ofrecido algo por primera vez realmente retorcido. Desaparecer como si hubiera sido secuestrada junto a su hermano o desaparecer como si fuera una fugitiva no eran opciones. Tampoco lo era perderlo a él. El único que parecía entenderla realmente.
Llevando su dedo al labio mordisqueó la uña del pulgar mientras los recuerdos invadían su mente. Aun recordaba cómo había conocido a Jareth.
“Demonios” Gruñó Sarah cuando todo el contenido de su carrito fue volcado por un auto que iba demasiado rápido en un estacionamiento. En parte asustada por aquel momento en que el carrito le había sido arrebatado de las manos en parte aliviada de que hubiera sido la despensa y no ella. Y en gran parte, molesta con aquél estúpido conductor. “Allí va todo el sueldo de mi semana.”
Sabía que quejándose no iba a llegar a ningún lado, pero justo en aquel momento todavía se encontraba en shock. Pálida como fantasma e inmóvil. Y aunque en un principio no había planeado quedarse allí, al ver al dueño del monstruo que acababa de arrollar su despensa se plantó a esperar que él se disculpara. Pero cuando aquello no ocurrió Sarah se aproximó al vehículo con cautela y al verle hablando por celular tocó la ventanilla. El tipo la miró y bajó del auto aún con el celular en mano.
Irritada Sarah le arrebató el celular y lo cerró. Ante el enojo de aquel hombre - atractivo pero imbécil – Sarah logró decirle lo que deseaba:
“Casi me atropellas y has tirado mis víveres.” Estaba temblando, sí. Y nunca había hecho algo como eso ni tampoco se le había pasado por la cabeza. Pero tenía que hacer algo ¿Cierto? Y pedirle a su padre dinero porque aquel hombre había cometido un gran error no contaba cómo hacer algo. No cuando ella misma tenía trabajo para solventar sus gastos. Después de todo ya bastante era que su padre pagara su universidad. Lo miró fastidiada cuando él le tendió la mano pidiendo que devolviera su celular y sin pensarlo lo lanzó hasta donde todavía el carrito estaba tendido. Luego girándose sobre sus talones supo que no iba a conseguir nada más de él. Cogiendo otro carrito compró lo que necesitaba y salió, esta vez asegurándose de que nadie le pasara por encima ni a ella ni a su despensa.
Vivir en NY tenía sus ventajas, conseguir transporte desde luego era una de ellas si lo veías por el lado bueno. Sarah nunca había aprendido a conducir por ejemplo, dado que el tráfico en la ciudad era terrible y salir a ello era como convertirse en amazona. En cambio justo como ahora disfrutaba de la ventaja de ir sentada en un taxi junto con sus pensamientos mientras se dirigía al club nocturno donde se suponía que estaba su hermano. Jareth estaba siendo infantil y estúpido. ¿Cómo se le ocurría meter a su hermano en un club nocturno para venderlo a la primera pareja que pasara por allí? Realmente si aquél era el tipo de cosas que se le ocurrían no tenía por qué soportarlo más. La zona por donde estaba el club nocturno no parecía ser de las mejores en cualquier caso había cogido su celular y las llaves de la casa por si tenía que volver a toda prisa a comunicarse con su padre. Es Jareth, pensó Sarah. No será la gran cosa. Iré por mi hermano y estaré en menos de dos horas en casa.
El taxi estacionó frente a lo que parecía ser un edificio de inquilinos. No, corrección. Era un edificio de inquilinos. Sarah parpadeó.
“Disculpe,” Acercándose a la ventanilla del taxista continuó con su tono más cordial posible: “Esto no es el club nocturno Underground. Ni siquiera creo que haya un club por aquí cerca. ¿Por qué paramos aquí?”
El taxista gruñó por toda respuesta.
“Underground le hace honor a su nombre señorita. Está en la zona más peligrosa de la ciudad. Me niego a llevarla hasta allá, nos matarán antes de poder poner un pie en el club. Si sale del taxi será bajo su propia responsabilidad. La matarán o la secuestrarán y venderán como prostituta. Y para ser sincero, no quiero tener ese cargo de consciencia. Hasta aquí llego yo.” Sarah lo miró sin saber si estaba horrorizada por la nueva información recibida o asustada por salir del taxi. Tenía dinero, sí, pero estaba segura que ni ofreciéndole todo lo que tenía el tipo le llevaría hasta allá. Mordiendo su labio pagó y se bajó con inseguridad. El taxista la miró: “¿Está segura de que quiere hacer eso? Todavía puedo llevarla a casa, es más, el viaje será gratis.”
Sarah suspiró audiblemente mientras miraba los callejones.
“Tengo que hacerlo.” Dijo con un tono que no dejaba duda. El taxista asintió y dando reversa a su auto giró y se marchó dejándola completamente sola en aquel lugar. Tan pronto puso un pie fuera de aquella calle comenzó a sentir ojos mirándola por todas partes con curiosidad y codicia. Sarah que afortunadamente no traía mucho de valor encima consigo se sintió en cualquier caso amenazada. De pronto, cuando ya llevaba un rato caminando, alguien la sujetó por el cabello sin previo aviso y cacheándola encontró la cartera de Sarah, la cogió, empujó a Sarah contra el asfalto con tal fuerza que su rodilla comenzó a sangrar profusamente. Quien quiera que fuera salió huyendo antes de que ella pudiera comenzar a gritar siquiera o ver el rostro de su atacante. Y en cualquier caso, pensó Sarah mucho más tarde, no hubiera servido de nada. Sintiéndose caer hacia adelante en la oscuridad balanceó los brazos frenéticamente y se las arregló para mantener el equilibrio.
Su boca se había quedado seca del miedo, se sentó. Así se sentía segura, incluso si esa seguridad era falsa. Pero no podía permitirse quedarse allí sentada mucho rato, cuando solo le quedaban veintitrés horas para llegar al club nocturno – Sarah estaba comenzando a contar ahora las horas que le llevaría atravesar aquel lugar y llegar al club nocturno, donde quiera que eso quedara. Porque las calles de aquel lugar no tenían la suficiente luz para ver las indicaciones. Y algunas de ellas hasta habían sido arrancadas despojándolas de su nombre. Para Sarah aquellos minutos se le estaban haciendo eternos, y dudaba que la luz del sol ayudara a mejorar la situación en la que se encontraba justo en aquellos momentos. Estaba todo tan negro que bien podría haber estado intentado encontrar su camino a través de un mar de tinta. Sintió las lágrimas florecer, pero parpadeó para contenerlas. Lo haría. No había límites en lo que ella podía hacer, con determinación – cosa que indudablemente tenía –, e ingenio – cosa que nunca le había faltado –, y tal vez un poco de suerte – cosa que se merecía, ¿no? –. Lo lograré, prometió, mientras estaba sentada sobre el asfalto sin tener ni idea de cómo dar un paso más. Dándose valor sonrió ante el hecho de que Jareth hubiera intentado mandarla justo a aquel lugar tan peligroso. Eso tenía que significar algo de algún modo. ¿Cierto?
Creyó que me asustaría tanto entre la oscuridad y los ladrones que me rendiría y olvidaría a Toby. ¿Cómo podría hacer eso? De cualquier modo, en veinticuatro horas podía ir y volver con tiempo de sobra. ¿Y qué pensarían su padre y su madrastra cuando volvieran? Probablemente llamaran a la policía. Bueno, no había nada que ella pudiera hacer al respecto. Sonrió débilmente. Cuando la imposibilidad de encontrar el camino a través de la oscuridad comenzó a abrumarla se puso en pie, apretando los puños y tensando la mandíbula, y se aclaró la garganta.
Miró hacia arriba con atención y al apartar la vista de la negrura de abajo fue consciente de un indicio de luz que manchaba el borde del cielo oscuro. Observó como la luz se hacía más y más brillante, cambiando de rojo a rosa y después a un azul pálido, aquello debía significar que el club nocturno estaba cerca si podía ver las luces cambiar de color. La primera cosa que pudo evaluar fue que las luces salían de al menos unas cinco cuadras más adelante. La extensión de espacio entre sí misma y el club nocturno no era tan grande. Puedo correr hasta allí en una hora si no me vuelve a asaltar alguien, consideró. Jareth estaba intentando embaucarme.
Lo conseguiría.
“Bueno,” Dijo. “allá vamos. Adelante, un pie delante del otro.”
La oscuridad parecía demasiado densa, pensó Sarah mientras caminaba hacia el club nocturno, cada vez más segura de lo que hacía. Sin embargo había algo en medio de todo aquello que le hacía recordar que sus problemas habían empezado mucho antes de estar en medio de aquellas calles solitarias y oscuras. Aunque la oscuridad, si no mal recordaba, había tenido algo que ver en todo aquello. Después de todo uno de los clásicos apagones de la ciudad durante el verano la había obligado a salir de aquel departamento para evitar el aburrimiento que se apoderaba de ella.
“De algún modo no fue mi intención acabar con su despensa aquella vez.” Pronunció de forma demasiado cuidada una voz masculina poniendo énfasis en cada palabra. Sarah volteó hacia la silueta masculina que recargada contra la pared al borde de las escaleras le hizo olvidarse de todo lo demás.
“¿Estás acosándome?” Se le ocurrió preguntar, un gruñido inundó el pasillo.
“¿Realmente, eso es lo que vas a decir?” La silueta del hombre se deslizó por la pared hasta tocar el suelo. Sarah se aproximó y el olor acre de un cigarrillo le llegó de golpe. “¿Quieres un poco?”
Sarah odiaba el cigarro pero no quería volver a su departamento y encerrarse, no cuando aquel hombre se había disculpado y le había hecho conversación. Y no quería rechazar aquello cuando la otra opción sería aburrirse hasta morir en su cama. Además tanto aquel hombre como su extraño acento le hechizaban. Cogiendo el cigarrillo que le ofrecía aspiró un poco y comenzó a toser. Entonces una pequeña risa salió de los labios del hombre.
“¿Primera vez?” Preguntó, y Sarah negó con la cabeza.
“Nunca me he acostumbrado.” Respondió acomodándose a su lado. Él asintió como si se viera venir la respuesta.
“Soy Jareth, por cierto.”
“Sarah.” Respondió esta.
“Lo sé. Te he visto ir y venir mientras me instalaba.” Le contestó sorprendiéndola. Sarah mordió su labio recordando el ruido y ajetreo que había ocasionado aquellas tres semanas mientras lo hacía, y ella al igual que Alice se habían quedado prendadas de su nuevo vecino. La cosa con Alice era que estaba visitando a sus padres en New Hampshire, lo que era la razón por la que estaba sola en las escaleras del edificio con un perfecto desconocido en medio de un apagón. Como Sarah no pensaba admitir que ella también había puesto especial empeño en observarle intentó salir por la tangente.
“¿Sabías que era yo?” Preguntó, luego carraspeó y reformuló su pregunta de tal modo que Jareth asintió al tiempo que le daba a su cigarrillo una nueva calada.
“El tercer día se me cayeron unas cajas, no me apetecía levantarlas en aquel momento y tenía sed. Así que regresé a mi departamento, cuando salí te vi y recordé quien eras. A propósito, me debes una disculpa.” Sarah lo miró interrogándole con la mirada, pero Jareth no pareció quitar esa sonrisita de superioridad que a duras penas se distinguía por la luz del exterior. Aún no acababa de oscurecer por completo. “No todos los días alguien te lanza al otro lado de un estacionamiento tu celular.”
Sarah enrojeció.
“¿Se rompió?” Preguntó.
“Sí. Tuve que comprar otro.” Refunfuñó él. Sarah sonrió.
“Bien. Estamos a mano.” Dijo cogiendo el cigarrillo de Jareth y dándole una segunda y última calada lo lanzó al suelo, pisándolo con su bota negra y evitando la mirada de él. Una pareja salió de las sombras sin notarlos siquiera mientras se besaban con pasión y desvestían, sonrojada, Sarah, se aclaró la garganta intentando hacerse notar, sin éxito. Jareth la imitó pero con otro propósito.
“Podemos ir a mi departamento.” Dijo y tomó su mano. Sarah frunció el ceño.
“Acabo de conocerte.” Espetó molesta. La pareja se separó ante la carcajada del hombre.
“Tengo hambre. ¿Tú no?” Preguntó mirándola con un brillo extraño en los ojos. Ignorandolos la pareja se dirigió hacia el otro lado del corredor, pero sus gemidos aún se escuchaban. Sarah tragó saliva indecisa.
“Bien. Pero si intentas algo raro…” Comenzó Sarah y antes de terminar ya estaba dentro. “¿Qué comeremos?”
“No pensaba quedarme sin luz pero…” Haciendo ademán de encender unas velas y sacando lámparas, iluminó todo el lugar. “hay pizza, hamburguesas, y…”
“Pizza está bien. ¿La hiciste tú?” Preguntó sorprendida al ver a Jareth sacarla del horno. Este negó con la cabeza y contestó incluso a las preguntas no hechas de Sarah. “Servicio. Se van temprano.”
“Tienes un departamento Jareth.” Dijo Sarah enarcando una ceja.
“¿Para qué molestarse si otros lo hacen?” Fue su corta y seca respuesta. “Está fría.”
Sarah asintió mientras comía con ganas, la pizza fría no era una molestia para ella en aquellos momentos. Cuando el silencio se instaló en la habitación Jareth se aproximó a un equipo antiguo de música que se hallaba en perfectas condiciones y no necesitaba electricidad para funcionar.
“Era de mi bisabuela.” Contestó antes de que Sarah formulara su pregunta. “¿Quieres algo en especial?”
Negando con la cabeza Sarah observó por primera vez con cautela el resto de la habitación, tapizada de discos y películas. Lo suyo podía definirse como melomanía. La música sonó a nivel ambiente, lo suficientemente alto para que se escuchara pero bajito para permitir una conversación sin tener que alzar la voz. Sarah se repantigo con gusto en el sofá de Jareth sintiéndose un poco culpable por el exceso de confianza que tenía con aquel hombre, pero dada la cena y el buen ambiente, la sensación de somnolencia no se hizo esperar.
“¿Tu género favorito?” Preguntó la aterciopelada voz de Jareth mientras ella lo escuchaba con los ojos cerrados. Era como si lo conociera desde siempre. Tenía que ser culpa de la música. O de la comida… sí, eso era.
“Casi de todo.” Admitió Sarah de mala gana, el sueño empezaba a inundarla. “Pero… jazz, supongo. Aunque suene trillado.”
“El jazz nunca será algo trillado. En especial si es buen jazz.” Asintió el hombre – o al menos eso le pareció a Sarah –, “Jazz clásico me refiero.” Prosiguió Jareth mientras ambos intercambiaban gustos musicales sin prestar demasiada atención a la música, absortos el uno con el otro. Para cuando se acabó ese tema comenzaron a hablar de películas. Y justo iban a tomar un aperitivo más, la luz volvió. Sarah viendo que aún faltaban un par de horas para que saliera el sol aprovechó para despedirse de él, aunque Jareth insistió en acompañarla a su puerta para invitarla a tomar un café al día siguiente. En aquellos momentos y exhausta como estaba Sarah no encontró modo de resistir la propuesta y terminó aceptando, se metió al departamento, se puso su pijama y con una sonrisa en sus labios se quedó dormida.
Meses más tarde él le terminaría reprochando haberlo dejado plantado al día siguiente en la cafetería.
Mientras se acercaba, un movimiento captó su atención, una mujer chillaba horrorizada mientras el hombre reía cubriéndola con su cuerpo. Vacilante se aproximó a la pareja, sin tener idea de qué haría cuando la alcanzara. No era que en verdad le apeteciera meterse donde no le llamaban, pero necesitaba indicaciones y ellos eran los únicos por allí.
“Perdone,” comenzó Sarah. El hombre que no parecía pasar del metro cuarenta casi saltó fuera de su piel. La mujer en cambio era mucho más alta, con sus cabellos casi plateados y los labios pintados de carmesí. Tenía el pecho al aire y estaba atada.
“Sigue adelante,” dijo el hombrecillo, incluso antes de levantar la mirada para ver quién era. Cuando se volvió, su cara resultó estar muy abajo así que la evaluó desde debajo de unas espesas y peludas cejas. “¡Vaya!” exclamó, pareciendo asombrado y enfadado al mismo tiempo. “¡Vaya!” Al parecer nunca antes había posado los ojos en una persona como Sarah. O quizás era que ninguna persona como Sarah le había cogido nunca desprevenido. “¡Vaya!”
Dijo de nuevo. Así nunca llegaremos a ninguna parte, pensó Sarah. Era un hombre de rasgos extraños a quien de pedir que le adivinaran su edad sería imposible. Sus cejas pobladas claramente pretendían ser feroces, pero las ligeras arrugas alrededor de sus ojos, ceño y labios no estaban a la altura de tal ferocidad. Su expresión era cauta ahora, no particularmente amigable, pero tampoco hostil. Parecía evitar su mirada y notó que cada vez que movía las manos, los ojos de él las seguían. En lo alto de la cabeza tenía una gorra de piel. Unos jeans con lo que Sarah consideraba cadenas de lo más horteras llenas de llaves colgaban de sus caderas, llevándolas como si de ornamentos tintineantes se tratase. Vio que su boca se movía para decir otra vez "¡Vaya!" y lo interrumpió rápidamente.
“Perdone, pero tengo que entrar al club. ¿Puede mostrarme la forma de entrar?”
La boca se quedó congelada en la formación de la V, parpadeó hacia ella una vez o dos. Entonces sus ojos se lanzaron a un lado. Girándose hacia la mujer masculló algo entre dientes y le pegó.
“Cincuenta y siete” dijo él con algo de satisfacción. Sarah estaba atónita y furiosa.
“Oh, ¿cómo has podido?” Él respondió con un gruñido. Sarah corrió hacia la mujer que yacía en el suelo, estremeciéndose y arrugándose. “¡Pobrecita!” exclamó. La ayudo gentilmente y se giró acusadora hacia el hombre que la había golpeado. “Monstruo.”
Sintió un dolor, como al estrellarse contra un muro. La mujer la había abofeteado.
“¡Oh!” Sarah dejó a la mujer, quien en cuestión se tambaleó y cayó al suelo mientras Sarah sobaba aun su mejilla. “Me ha pegado.” Murmuró sorprendida.
“Por supuesto” rió ahogadamente el hombrecillo. “¿Qué esperabas que hiciera?”
“Yo...” Sarah estaba frunciendo el ceño, perpleja. “No pegarme… para empezar. Creía que… bueno, me daría las gracias.”
“¡Ja!” Las cejas del hombrecillo se alzaron y rió con satisfacción al tiempo que la mujer bufaba y se marchaba. “Eso demuestra cuanto sabes, ¿verdad?” corrió hacia la mujer en cuestión y alcanzándola le pegó en el trasero mientras la otra reía encantada al recibir algo que Sarah no alcanzó a divisar en medio de la oscuridad nocturna. “Cincuenta y ocho” dijo él, y sacudió la cabeza con molestia al mirar a Sarah quien todavía estaba haciendo una mueca mientras se sobaba la mejilla.
“Ooh” se quejó, “duele. Eres horrible” le dijo.
“No, no lo soy.” Parecía sorprendido. “Soy Hodge. ¿Quién eres tú?”
“Sarah.”
Él asintió.
“Eso es lo que pensaba. Tienes un montón de opiniones. Y todas equivocadas. ¡Y tienes tierra por todo el trasero de los pantalones!” Rió. Divisando de nuevo a aquella mujer, la persiguió y para asegurarse de detenerla, le pisó un pie y lo giró aplastándoselo contra el suelo. La mujer chilló. “Cincuenta y nueve” dijo Hodge.
A pesar del dolor en su mejilla, miró sobre su hombro y vio que él tenía razón. Era de haberse sentado en el pavimento tras el asalto. Mientras se sacudía como podía, comprendió que el hombrecito se las estaba haciendo pagar por haberle cogido desprevenido.
Sarah estaba pensando, parecía conocerla. Así que debía tener algo que ver con Jareth, ¿no? Una especie de espía, tal vez. Bueno, quizás. Aunque no era precisamente su idea de un espía. Los espías no eran gruñones. ¿No?
Si todas sus opiniones estaban equivocadas, como él había dicho, entonces esta debía estar equivocada también. Pero en ese caso, pensó, suponiendo que fuera un espía, su trabajo sería persuadirme de que todas mis opiniones están equivocadas cuando en realidad todas son correctas. Y si todas eran correctas, no era un espía.
Pero eso significa que no tiene motivos para persuadirme de que estoy equivocada en todo, así que probablemente esté equivocada en eso también, así que...
“¡Oh!” exclamó exasperada. Era como uno de esos dibujos que había visto en un libro en su casa, donde el agua parecía estar fluyendo cuesta arriba y aunque nunca pudieras señalar el error, sabías que era una mentira. En cualquier caso no parecía que fuera una buena persona lastimando de esa forma a la mujer… que si bien lo pensaba parecía ganarse la vida en la calle. Sarah se estremeció ante aquella idea mientras Hodge sacaba un pote que parecía medicina y se la ofreció, con una especie de ceño centelleante en la cara.
Sarah lo miró molesta. El dolor aflojaba ahora. Sacudió la cabeza negando y tuvo que sonreír un poco por la cara divertida y marchita que puso él. No era tan buena evaluadora de carácter como Jareth, pero la expresión de Hodge, en respuesta al volverse a oscurecer le hizo pensar que había tomado una buena decisión al no tomar el pote que le ofrecía el hombrecillo. La miró desconfiado. Sarah podía estar segura también de otra cosa, no estaba acostumbrado a que le sonrieran.
Bueno, pensó, aquí no hay nada que hacer. Esté aquí para espiarme o no, es la única persona a la que puedo pedir ayuda. Así que lo intentó.
“¿Sabes dónde está Underground?”
Él arrugó la cara.
“Quizá.”
“Muy bien, ¿dónde está?”
En vez de replicar, él amagó a un lado, alzando una lata de spray que había cogido mientras caminaban y empezó a pintar una pared. Contando sesenta sin hacerle daño a nadie esta vez, frustrada Sarah intentó comprender su cuenta sin éxito, tras decidir que no era de su incumbencia se limitó a lo que podía solucionar. Y el tiempo para recuperar a Toby después de todo, seguía corriendo.
“He dicho, ¿dónde está?”
“¿Dónde está qué?”
“El club nocturno.”
“¿Qué club nocturno?”
“El club nocturno, Underground. Necesito entrar. ¿Puedes ayudarme?”
“¡Underground! ¡Entrar en Underground! Oh, esa sí que es buena” rió, no muy amablemente. Sarah tenía ganas de darle un puñetazo.
“Es inútil preguntarte nada.”
“No si haces las preguntas correctas.” Le estaba dedicando una mirada de reojo. “Estás tan verde como un pepino.”
“Bueno, ¿Dónde está Underground y como entro alllí?”
Hodge inhaló por la nariz, sus ojos chispeaban.
“¡Ah! Esa está mejor.”
Sarah revoleó los ojos, aquello parecía una película mala de esas que solían gustarle a Jareth mientras que a ella le daban dolor de cabeza, de pronto Sarah creyó oír música en el aire.
“Ahí tienes” asintió con la cabeza, señalando tras ella. “Tienes que hacer las preguntas correctas si quieres llegar a alguna parte.”
Sarah se dio la vuelta. Ahora, en el gran muro, vio una enorme verja grotescamente diseñada. La miró casi acusadoramente. Podría haber jurado que no estaba allí antes. ¿Habrían caminado mucho sin que se diera cuenta? ¿Cómo iba a regresar a casa? Sacudió su cabeza preocupada, realmente no sabía por dónde había empezado, pero antes de ponerse a llorar o hacer algo más decidió que ya se preocuparía por ello cuando llegara el momento.
“No hay ninguna puerta, ¿ves?” estaba explicando Hodge. “Todo lo que tienes que hacer ahora es encontrar la llave.”
Ella se volvió a mirarle y después observó a su alrededor. Vio al instante que no iba a ser un problema encontrar la llave. Cerca de aquella puerta había un hombre enorme y robusto paseando mientras custodiaba la verja. En su pecho, colgaba una enorme llave.
“Bueno” dijo, “ha sido bastante fácil.”
Se acercó al hombre y sonrió intentando empezar de algún modo conversación, pero tanto él como Hodge la miraron ceñudos. Al parecer no había muchas personas por aquí acostumbrados a que les sonrieran. Sarah se preguntó por enésima vez en aquella noche que clase de lugar era ese.
“Umm disculpe,” Empezó intentando no sobresaltar al gigante que tenía ante sus ojos. El guardia en cuestión alzó una ceja de forma interrogante. “¿Podría darme la llave? Me gustaría entrar en Underground y resulta que solo puedo si…”
Miró a Hodge.
“Supongo que es mucho esperar que me eches una mano.”
“Sí” dijo Hodge.
“Oh” masculló. “Esto es tan estúpido.”
El hombre de la puerta bufó viéndola sin pronunciar aún ni una sola palabra.
“Querrás decir que tú eres estúpida” la corrigió Hodge.
“Cállate, malvado renacuajo.”
“¡No me llames así!” Hodge estaba agitado. “No soy un renacuajo.”
“Sí, lo eres” dijo Sarah. Recordándose ansiosamente a sí misma mucho más pequeña, en la escuela, cantando mofas crueles a alguna niña atormentada, pero insistió. “Si, eres un... un... ¡Un feo, sucio y malvado renacuajo!”
Hodge estaba fuera de sí de rabia.
“No puedes llamarme así” dijo histéricamente, Sarah apretó los labios para no reír. “¡Tú! ¡Ja! ¡Eres tan estúpida, lo das todo por supuesto!”
“¡Renacuajo! ¡Renacuajo!”
“No lo soy. No lo soy. ¡Basta! ¡Basta!
“¡Asqueroso y espeluznante renacuajo!”
Hodge se recompuso y con algo de dignidad le dijo:
“Si no fueras tan descerebrada, probarías la verja.” Eso la detuvo en el acto. Pensó un momento, luego fue hasta la verja y le dio un pequeño empujón. Se abrió.
“Nadie dijo que estuviera cerrada.” observó Hodge.
“Muy astuto.” Espetó Sara, el guardia de la puerta bufó con diversión y Hodge farfulló:
“Te crees tan lista. ¿Sabes por qué? Porque no has aprendido nada.”
Sarah estaba mirando con atención más allá de la puerta y no le gustaba lo que veía.
Estaba oscuro y parecía amenazador. La música que zumbaba en el aire parecía más intensa. Había un olor a putrefacción.
Reunió su coraje y dio dos pasos dentro de aquel lúgubre lugar y entonces se detuvo. Un pasaje cruzaba la entrada. Era tan estrecho, y la pared tan alta que el techo no se vislumbraba en absoluto, no ayudaba que todo aquel lugar estuviera en penumbras, solo una luz ámbar iluminaba sin provenir de ningún lado en específico. Sarah comprendió que de amanecer afuera, dentro permanecería igual, lo cual le jugaba en desventaja al no tener reloj o celular ni forma de medir el tiempo. Las paredes retumbaban con alaridos de aquello que se hacía llamar música.
Se aproximó a la pared más alejada, la tocó y apartó la mano. Estaba húmeda y resbaladiza, como mohosa. Preguntándose que clase de club nocturno era ese se apartó con asco de la pared. A su espalda, la cabeza de Hodge se asomaba a través de la puerta.
“Acogedor, ¿verdad?” Sarah se estremeció. Los modales de Hodge se habían alterado. Estaba callado, casi era posible detectar un indicio de preocupación en su voz. “¿Realmente vas a entrar ahí?”
Sarah dudó.
“Yo... sí” dijo. “Sí, voy a hacerlo. ¿Hay... hay alguna razón por la que no debiera hacerlo?” Estaba apretando los puños. Lo que había dentro de la verja parecía un lugar horriblemente sombrío. Y la música no era mejor. Se escuchaban como almas desgarradas y la febril imaginación de la chica le hizo pensar que se escuchaban cánticos de demonios.
“Hay muchas razones por las que no deberías” replicó. “¿Hay alguna razón por la que deberías? ¿Alguna razón realmente buena?”
“Sí, la hay.” Hizo una pausa. “Así que supongo... que debo hacerlo.”
“De acuerdo,” dijo Hodge, con un tono de voz que implicaba, allá tú. “Ahora,” preguntó, “¿por qué camino irás? ¿Derecha o izquierda?”
Sarah miró a un lado y después al otro. No había razón para escoger uno u otro.
Ambos parecían igual de sombríos. Las paredes de ladrillo parecían extenderse hasta el infinito y la oscuridad permanecía en ellas. Se encogió de hombros, esperando alguna ayuda, pero demasiado orgullosa para pedirla.
“Ambos parecen iguales.” dijo.
“Bueno,” le dijo Hodge, “no vas a llegar muy lejos entonces, ¿no?”
“Vale” dijo ella malhumoradamente, “¿por cuál irías tú?”
“¿Yo?” Él rió sin alegría. “No iría por ninguno.”
“Menudo guía estás hecho.” Replicó Sarah.
“Yo nunca dije que fuera un guía, ¿verdad? Aunque ciertamente te vendría bien uno. Probablemente acabarás volviendo a donde empezaste, dado tu historial de aciertos.”
“¡Bueno,” le espetó Sarah, “si esa es toda la ayuda que me vas a prestar, bien podrías dejarme seguir en paz!”
“¿Sabes cuál es tu problema?” preguntó Hodge.
No hizo caso al consejo, sino que intentó aparentar determinación y ponerse en camino en una dirección u otra. Izquierda, derecha; pensaba, ese era el orden normal.
Así que en este lugar anormal, bien podría intentar con la derecha, ¿verdad?
“Te lo he dicho, das muchas cosas por supuestas” siguió Hodge. “Este lugar, por ejemplo. Incluso si logras encontrar lo que buscas, lo cual veo sumamente dudoso, nunca te dejarán salir.”
“Esa es tu opinión.” Sarah se movió a la derecha.
“Bueno, es una opinión mejor que cualquiera de las tuyas.”
“Gracias por nada, Hogwart.”
“¡Hodge!” Su voz llegó resonante desde la puerta, donde él se había quedado. “Y no digas que no te lo advertí.”
Tensando la mandíbula, avanzó a grandes pasos entre las paredes húmedas y horrendas decoradas con cráneos, velas y unos espectacularmente reales ojos – eléctricos suponía – que parecían moverse con el movimiento de las personas por todo el lugar, que con lo lleno que este estaba los ojos solo parecían más macabros y locos de lo que Sarah había previsto. Solo había recorrido unas pocas zancadas cuando, con un poderoso y reverberante ¡clang! la puerta se cerró tras ella. Se detuvo, y no pudo resistirse a volver la vista atrás, para ver si se abriría de nuevo. No lo hizo.
Hodge estaba afuera. Ahora el sonido de la música ensordeciendo sus oídos mientras buscaba a Jareth dentro del club nocturno la acompañaba. Su respiración se aceleró.
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Notas de Autor: Perdonen por la tardanza, se suponía que estaría listo ayer viernes, pero tuve compromisos ineludibles y una visita inesperada. Así que lo he posteado hoy temprano. Sí, acá son las 2AM y ando muerta de sueño. En cualquier caso espero que les guste el capitulo. Tengo que admitir que me ha costado más trabajo de lo usual hacerlo, en especial porque prefiero que sea apto para todo público, así que he censurado algunas partes con Hoggle (ahora Hodge) que de haberlas puesto tal cual hubiera tenido que cambiar la clasificación a adultos. Sin embargo para la persona que lee con cuidado aún queda algo de lo que era mi adaptación original. Perdonen de nuevo por la censura. Recuerden que pueden comentar si les ha gustado o no. Con cariño, Faith.