Las mariposas revoloteaban a mí alrededor mientras yo las
miraba asombrada. Como si nunca hubiera visto una en mi vida.
Y sin embargo recordaba haberlas visto.
Pero no así. De todos los colores imaginables y las formas
más extrañas, todas las mariposas habidas y por haber se reunían a mí alrededor.
En alguna especie de santuario sagrado. El lugar era
tranquilo y apacible. Digno de proteger y perfecto para descansar un momento de el mundo y olvidar los problemas. Allí se
sentía, sin quererlo, amor, paz.
Protección.
Un arroyo cristalino pasaba por el
santuario haciendo que el sonido del agua me relajara aún más. Me senté con todo
el cuidado del que fui capaz considerando la cantidad de mariposas a mí
alrededor.
Se sentía seguro. Parecía seguro.
Y sin embargo el mal no
descansaba para poder entrar. De entre los arboles salió la criatura más
horrenda y gigante que pudiera yo imaginar. Inundando con su hedor y baba el
lugar las mariposas se dispersaron tan rápido como pudieron. Las menos
afortunadas sufrieron una muerte sin piedad a manos de aquel monstruo.
Permanecí inmovilizada por el terror. Rogando que no me viera. Quizá sería más
fácil así. Pero no era mi día de suerte. Definitivamente. Y entonces el
monstruo me vio.
Y sin pensármelo dos veces, me eché a correr.
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Esta historia no es en regla lo que una persona podría llamar perder un sueño. No siempre estamos hablando en un lenguaje cotidiano. A veces simplemente necesitamos creer que los mundos son o deben ser perfectos. Pero la perfección está en los ojos de quien la mira. Y los problemas no son otra cosa que enseñanzas. Por duras o difíciles que sean.
A propósito, esto también es parte del compilado que tanto les he hablado.

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