viernes, 11 de abril de 2014

Hocus Pocus - Capitulo 1


Capitulo 1.
Magia.
 
 
 
Hay ciertamente muchos niños y jóvenes en el mundo. Lamentable es decir, que solo unos pocos en él leen. Y más aún en este siglo, donde se fomenta la poca lectura debido a los inventos del humano.
 
Se ha dado cierto enfoque de que lo más correcto no es leer, ni ser imaginativo, sino encajar en la sociedad. Algo que aquellos pocos amantes de la lectura. Y hablo de la buena lectura. No hacen.
 
No encajan. Peor es cuando se cree que eso esta mal. Y los hacen de lado. Nuestra historia comienza en el siglo XXI. Concretamente en el año 2011.
 
Y debo advertirte, lector, no hay solo un protagonista y no es una historia que debas esperar lo esperado. Sino bien. Todo lo inesperado será.
 
Allí en una de aquellas casas, que ubicadas en medio del bosque hay una en especial a la que cariño le tenemos, a pesar de que el tiempo ha transcurrido. Y es que cada ocasión en que la visitamos. Es diferente y al mismo tiempo, igual.
 
No puedo decir con exactitud como comenzó todo. Supongo, debe ser con Georgie.
 
Era un perfecto día para pasarlo en medio del campo. Pero nuestras familias habían decidido que sería mucho menos común ir al bosque. Así que hicimos las maletas para pasarlo en una mansión, la cual rentamos y más tarde, compramos. Pero esa es otra historia y si queremos hacerle justicia, porque vale la pena, entonces, será contada en otra ocasión.
 
Si quiero hacerle a este relato justicia, quizá primero deba iniciar con las presentaciones y ubicarle a usted un tanto en la historia, a menos que deseé que se pierda. Y como la historia vale la pena no deseamos ello. De modo que lo contaré como se es debido.
 
Nuestras familias eran amigas desde al menos tres o cuatro generaciones atrás. Y debo decir, jamás fuimos parientes o algo por el estilo. Éramos tres familias y bastante grandes cada una, si contábamos a los parientes de cada una. Pero hoy íbamos nada más “La Familia”. Como acostumbran llamarlo los padres.
 
Hoy éramos los Macgowan, los Hale y los Wellington.
 
Los Wellington, se conformaban de los padres, dos hijas y dos varones. Richard, el padre tenía cabello negro azabache y ojos de un impresionante azul cambiante. De unos cuarenta y cinco aproximadamente, y figura imponente y elegante. Al moverse se notaba claramente su  agilidad en el cuerpo. Poseía una destreza impresionante con los dedos y una fuerza extraordinaria en los brazos. Medía al rededor de un metro ochenta de altura y su salud jamás había sido problema grave para que su médico lo pusiese en alerta.
 
La madre, Olivia, de un metro sesenta y cabellos castaños claros, que al sol parecían casi rubios, poseía unos hermosos ojos avellana y de piel morena clara saludaba sonriente. Su hija, segunda en línea, Elizabeth de diecinueve años, era vivo retrato de su madre. De pies a cabeza, a excepción quizás, porque su altura era menor a ella, medía un metro cincuenta y cinco, las pecas que adornaban sus mejillas y no le preocupaba el mundo en lo absoluto. Ella corrió a abrazar en cuanto vio a la chica Hale.
 
Pero puesto que aun no he terminado con los Wellington, no puedo empezar con otros.
 
Paolo Wellington bajó del auto con ese aire tan característicamente arrogante suyo. Y es que tenía derecho a sentirse de ese modo, cuando su belleza era solo comparable a un dios griego. Tenía veinte años y en aquel momento lo que más le preocupaba era si podría usar internet y su Blackberry. Y al ser la respuesta de su padre “sí”, Paolo se dio media vuelta e ignoró a todos marchándose a la mansión solariega, por el camino que había a un lado del estacionamiento.
 
- Ya llegó Adonis.- Bufó exasperada Georgie. Y Elizabeth rió fuertemente.
- Hay que huir cuanto antes nos sea posible.- Dijo Elizabeth y Georgie sonrió.
 
Bajaron como una especie de maremoto la pequeña Catalina y Matt. Y como Catalina prefería como nombre Lina, he de decirle de ese modo. Lina tenía, como su progenitor, unos hermosos ojos azules pero su mata de cabello rizado era de color castaño claro como el de su madre. Parecía un pequeño ángel, a excepción de que jamás se quedaba quieta. Y he de decir. Esta muy bien para una niña de tres años, a punto de cumplir sus cuatro. Con sus cabellos alborotados y aquel vestido azul que llegaba abajo de sus rodillas y las sandalias en sus manitas, parecía una hada del bosque.
 
- Espero que la comida ya este lista, el servicio que ha contratado tu padre es de los mejores.- Dijo la señora Wellington a su hija mientras saludaba de beso a Georgie, como todo mundo le decía.
- Estoy segura de que sí.- Dijo Elizabeth a su madre, quien sonrió y se fue excusando que quería asegurarse de que así fuera.
 
Matt que tan entretenido se hallaba con su PSP no notó como Lina se abalanzaba sobre él. De ese modo ambos se encontraron en el suelo en cuestión de segundos y en vez de que como cualquier chico de su edad se hubiera puesto a gritar por que su juguete portátil se había destruido, se limitó a mirar sorprendido a su hermana, aun sin asimilar nada. Matt tenía tan solo ocho años, y sin embargo era tan centrado que pocas veces parecía un niño de su edad. Quizá esa fuera la razón por la que en cuanto vio su PSP rota, se limitó a guardar los pedazos, tomar su maleta y sacar otro PSP, para irse andando con ella en el bolsillo del pantalón caqui que traía a juego con la camisa roja hacia la mansión. Seguramente para ver cual era su habitación.
 
Los Macgowan estaban constituidos por ambos padres y cinco hijos. Dos hijas y tres hijos. La madre de una belleza sin parangón, o al menos, para haber sido modelo en varias revistas. Rubia y casi midiendo el metro noventa llegaba perfectamente, sin necesidad de tacones al metro ochenta, con exactitud. De carácter extraordinariamente fuerte, pero muy agradable y al contrario de la creencia popular. De tonta no tenía ni un pelo. Y unos ojos azul claro muy común, pero no por ello menos hermosa.
 
Del auto se bajó Claire, que también poseía un hermoso y rubio cabello, a su edad – tan solo once años – ya poseía una belleza, aunque en su favor debo decir. No tan exótica como su hermana Helena, de veintiún años de edad,  y metro sesenta quien se acababa de bajar o como su madre.
 
Sino una belleza sencilla y además tenía una gran personalidad y su sueño era dedicarse a el espionaje, como cualquier niña de esa edad que veía constantemente películas de ese tipo. Sus ojos eran de un verde hermoso igual que los de su madre, Helena en cambio los tenía de un verde azulado. Una mezcla entre su madre y su padre.
 
El joven André, con veintidós años de edad poseía unos hermosos ojos verde intenso y un cabello negro como su padre. Y al igual que Paolo Wellington, era bastante guapo. Y medía metro setenta.
 
- Uh, Georgie, debe ser Halloween, la Bruja del Valle ya llegó a la mansión solariega.- Dijo con risas Elizabeth. Georgie que se hallaba de espaldas buscando entre sus maletas algún objeto desconocido se atragantó la risa como pudo.
- Probablemente estas vacaciones no nos duren tanto si tenemos que compartir piso.- Dijo Georgie y Elizabeth sonrió.
 
Helena era una bruja en persona. No importaba lo mucho que fuese guapa. Lo muy bien formada que estuviese o lo muy agradable que se portase con los padres. Con Georgie siempre se había portado como cualquier persona que detestara a los ratones o cucarachas. Y aunque no se podía decir que se portara diferente con los niños o jóvenes. Con Georgie en especial era muy desagradable.
 
- Me tiene tirria.- Dijo Georgie con una sonrisa en los labios.
- Te tiene envidia, quiera o no, no solo eres mejor persona que Helena, sino que eres inteligente y muy guapa.- Dijo Elizabeth convencida.- La envidia y la imitación son dos formas de las más sinceras de halago.
- Pero no necesariamente las más agradables para la persona que las sufre.- Dijo con una mueca en los labios Georgie y Elizabeth sonrió compasiva.
- No, tienes razón.- Dijo ella.
 
El padre de los Macgowan medía un metro noventa.  Y de complexión muy similar al señor Wellington, con la excepción de que el era de espaldas mucho más anchas que el señor Wellington.
 
Hugo quien tenía diecisiete años, se había bajado y cruzado hasta llegar a donde estaba Christopher Hale. Y de inmediato se pusieron a organizar planes para comenzar a molestar a la familia o a los criados. Junto con Georgie y de vez en vez, los más pequeños. Iban de travesuras en travesuras.
 
Y quizá digan ustedes, ellos ya están demasiado grandes para esas cosas, pero yo les aseguro. Quien tiene corazón de niño jamás se cansa de ello, sin importar la edad que se tenga.
Hugo era rubio como su madre y poseía los mismos ojos que su padre, verde intenso. Su complexión delgada lo hacía pasar fácilmente desapercibido si deseaba ocultarse detrás de un árbol no muy ancho si se ponía de lado.
 
Tom, quien también traía su PSP, tenía trece años y era el mejor amigo de Claire Macgowan y de Will Hale. Tom se parecía en exceso a André.
 
Si los Macgowan eran unos rubios y de otros cabellos negros, y los Wellington eran de cabellos castaños y negros. Los Hale eran pelirrojos y negros en cabello.
 
La madre de Georgie era de cabellos negros y el padre era pelirrojo. Holly y Rose eran pelirrojas, Chris y Will tenían el cabello negro, pero Georgie, quien le gustaba cambiar cada cinco segundos de color de cabello, traía el cabello pelirrojo y mechas negras. Aunque originalmente, su color de cabello había sido negro.
 
La madre de Georgie medía un metro sesenta y su padre, media un metro setenta y cinco. Chris medía alrededor de un metro setenta. Y todos tenían los ojos miel. A excepción de la madre, Holly y Georgie. Quien para encajar, se había puesto pupilentes verdes.
 
Lo cual era una soberana tontería por su parte, puesto que tenía unos preciosos ojos de color miel, que a diferencia de su familia, llegaban a ser de distintas tonalidades según el sol y sus emociones.
 
Me gustaría decir que ellos se llevaban excelentemente bien. Pero son adolescentes y niños. En general siempre acababan peleados. Y los que peor se llevaban entre hombres eran André y Paolo. Y entre mujeres. Georgie y Helena.
 
Aunque entre hombres y mujeres, la peor relación era Paolo y Georgianna o André y Georgianna, o Georgie, como le decían todos. Y es que Georgie era una chica bastante madura, pero no toleraba que le dijesen lo que debía o no hacer y era algo que Paolo y André hacían seguido. Quizá demasiado.
Para colmo, ambos estaban encaprichados con ella y se preguntaran. ¿Y Elizabeth? Ella tenía novio. Y por cierto era un chico excelente. En cualquier sentido.
 
- Hey, ¿Porque no vamos a ver nuestros cuartos?.- Preguntó Elizabeth sentada a un lado de la rueda de un auto esperando aun a Georgie.
- Quizá porque no puedo aún encontrar mi cámara de video, ni mi cámara digital.- Dijo ella con el ceño fruncido mientras sacaba un montón de ropa y cosas de una de sus maletas.
- Quizá debiste traerte menos equipaje.- Dijo Elizabeth mirando las ocho maletas que había traído su amiga.- Ocho maletas no son precisamente lo que yo llamaría pequeño equipaje.
- Bueno, tú no eres la mejor persona para hacérmelo notar, también has traído ocho y nueve con la que llevas en la espalda.- Dijo con socarronería Georgie y Elizabeth se sonrojó.
- Tú traes diez, tu neceser y la mochila que trajiste contigo en el camino.- Dijo Elizabeth.
- Era para no aburrirme en el trayecto.- Se excusó Georgie y Elizabeth sonrió.
- Lo mismo digo con la de mi espalda.- Dijo Elizabeth. Georgie, que prácticamente estaba metida en la cajuela de la camioneta, salió y vio a Elizabeth con una sonrisa. Y esta devolviéndole la sonrisa estalló en risas haciendo que Georgie tuviese el mismo efecto. Y cuando por fin pudieron parar, Elizabeth tomó aire y dijo.
 
- Quizá debiste ponerlas en la mochila que esta en tu asiento, aunque juro que no entiendo porque traes esa bolsa estilo colegiala colgando de lado… se ve horrible y ya no esta de moda… .- Dijo y de pronto Georgie se pegó en la cabeza con el techo de la camioneta.
- ¡Ah! Maldición, me ha dolido.- Dijo mientras cerraba la cajuela, ya con todas sus maletas afuera. Elizabeth la miró sorprendida.
- ¿Pasa algo?.- Dijo preocupada y Georgie frunció el ceño mirándola.
- Es solo que me he olvidado de esto.- Dijo y le mostró la bolsa que traía colgando. La abrió, metió la mano y sacó la cámara de video que tanto andaba buscando. Elizabeth sonrió.
 
- Tan típico de ti.- Dijo una voz molesta y a Georgie y a Elizabeth se les borró la sonrisa.- Eres bastante tonta, para ser pelirroja… ah perdón, se me olvidó, eres de bote. Es que te ves tan natural, bueno como yo si soy natural te daré un pequeño consejo. ¿Ves mis maletas? Las chicas naturales merecemos respeto y por lo tanto merezco un trato especial, y me han dicho que me harías el favor de ayudarme con mis maletas y me las desempacarías y acomodarías todo en mi cuarto.- Hizo un mohín.- ¡Ay! eres tan linda, en serio, no imaginé que pudieras ser así, bueno gracias, te veré luego en mi cuarto, ya te dirán donde es.- Dijo y se marchó con una danza de Barbie Malibú. Georgie la miró con una ceja arqueada, la imitó en su caminar, de modo exagerado e hizo el amago de vomitar.
 
- Que se meta su consejo por donde le quepa.- Dijo ella molesta y Paolo apareció detrás de ella.
- ¿Que haces?.- Dijo viendo a Georgie hacer movimientos y caras raras quien todavía imitaba a Helena. Georgie se sonrojó hasta la médula y Elizabeth se tronchó de risa.
- Nada que te incumba, Paolo.- Dijo molesta Georgie y aún sonrojada.
- De hecho me incumbe, saber que estabas haciendo, yo, como tu… .- Comenzó Paolo y Georgie ya estaba tan harta que con una sonrisa falsa volteó y le dijo con voz extremadamente dulzona.
- Si en verdad quieres saber que estaba haciendo, te lo diré.- Dijo ella. Él levanto una ceja burlón.
- Te imitaba.- Dijo y se volteó, tomó dos maletas de Helena y dos suyas para comenzar su camino hasta la mansión seguida de una Elizabeth que se reía a carcajada limpia mientras le ayudaba a colocar las maletas en un carrito eléctrico que se hallaba cerca de allí y por pura casualidad, descubrieron.
 
- Has estado brillante con mi hermano, simplemente brillante.- Dijo con más carcajadas mientras Georgie sonreía a Elizabeth, bastante satisfecha.
- Sencillamente, se lo merecía.- Dijo Georgie y se rió un poco.
- Claro que sí, por metomentodo.- Dijo Elizabeth.
 
Al llegar a la mansión se dieron cuenta de que la enorme construcción, no era, como había sugerido Elizabeth, de tabiques y cemento, sino una antigua y lujosa construcción del siglo dieciocho.
- ¿Qué estas esperando?.- Preguntó la voz de Helena desde un sillón.- Apresúrate, que deseo ir a la alberca.
- Sí, su majestad.- Murmuró entre dientes Georgie mientras con ayuda de Elizabeth subían las maletas por las escaleras hasta llegar al recibidor.
 
Allí había un par de muchachos fuertes jugando con un pequeño gato. Georgie se enfadó pues lo estaban maltratando mucho y el pobre no podía escapar, pues se hallaba metido en una jaula grande mientras era sacudido de aquí para allá. De modo que Georgie armándose de un valor que no sentía fue tras ellos. Al verla venir dejaron de jugar con el gato de inmediato.
 
- Excúsenme pero creo que no es esa la forma de ganarse su confianza y por encima de todo no le gusta, y mi amiga desea un poco de ayuda con sus maletas, se pregunta si alguno de ustedes podría ser tan amable de ayudarla con ello.- Dijo, sabiendo que con palabras lindas se ganaría mucho más que con palabras hoscas y gritos. Hizo unos pequeños movimientos con sus pestañas y al momento siguiente todos estaban ansiosos por ayudarla. Aunque no al grado de la exageración. Pero debemos ser honestos. Siempre que a un hombre se le pida de buen modo y con palabras lindas – sin dar paso a la mala interpretación – ayuda. Me parece que siempre nos querrán ayudar. O al menos la gran mayoría.
 
Elizabeth sonrió al ver la cara que había puesto Helena al ver subir sus maletas por desconocidos.
 
No solo había pegado el grito en el cielo, sino detenido a toda la procesión al instante. Elizabeth vio como unos se golpeaban contra otros, sorprendidos. Georgie la jaló de la muñeca y salieron juntas disparadas directo a sus habitaciones.
 
- Debo decirte, esta algo asustado, pero valió la pena salvarlo de las garras de esos tontos que se creen que solo por ser grandes ya son capaces de hacerle cualquier cosa a los animalitos.- Dijo con voz tranquila pero notablemente molesta Georgie. Elizabeth sonrió.
- Estoy segura de que si.- Y ambas levantaron la colcha para sacar una jaula donde un gato atigrado de tamaño pequeño, comenzó a maullar.
- Esta herido.- Comentó Georgie y lo sacó de allí. O al menos trató. Pero el gato le rasguño de tal modo que Georgie comenzó a sangrar y la puerta de la jaula volvió a cerrarse con fuerza.
- ¿Estas bien?.- Preguntó preocupada Elizabeth. Georgie que había sostenido su mano contra su abdomen, causó que su blusa blanca con negro, se manchase de tal modo que daba miedo.
- Sí, fue solo un pequeño rasguño, estaré bien. Ponle comida, levanta con cuidado la jaula y deja que salga, esta… muy asustado.- Dijo Georgie levantándose y yendo al cuarto de baño. Elizabeth la miró a ella y luego al gato.
- Más vale que no me rasguñes, porque yo no seré tan piadosa como Georgie.- Dijo molesta mirando al gato quien parpadeó y dejó de maullar, para dedicarse a mirarla. Se miraron unos segundos, conociéndose. Elizabeth estaba extrañada. ¿Cuando acá un gato la había mirado de esa forma? Georgie gritó emocionada.
- Lizzie, ven, he encontrado un cofre.- Dijo Georgie. Y Elizabeth fue de inmediato, borrándose por completo del suceso que había ocurrido entre ella y el gato.
- Ábrelo, seguro hay dinero, o alguna joya.- Dijo Elizabeth.
- Me gustaría que hubiera cartas, así sabríamos quien estuvo aquí, quien las dejó.- Dijo Georgie.
- Bueno, lo que haya, y el gato, no deben salir de aquí, no debemos permitir que alguien tan cruel como Helena lo descubra.- Dijo Elizabeth convencida.
- Ni los niños.- Dijo Georgie asintiendo.
- Nadie.- Dijeron al mismo tiempo y lo juraron por la garrita. Y comenzaron a reír.
 
Pero justo en aquél momento, André comenzó a tocar la puerta insistentemente. Y del otro lado, de aquél cuarto, Paolo.
 
Aquél cuarto, era muy espacioso. Por no decir único. Había una trampilla que había permanecido sin abrir aún, pero sabían que en cuanto fuera de noche, tendrían que hacerlo.
 
Además, en aquél cuarto, estaban instaladas ambas chicas. De un lado, estaba el cuarto de Georgie, y del otro el cuarto de Elizabeth. Cada una tenía su baño y una especie de apartamento allí, colocado estratégicamente, para que no se vieran las cosas, a menos que uno pasase por las puertas y biombos. Pero en medio había una sala amplia, y unos ventanales cubrían toda la zona que daba a los jardines. Incluyendo unos balcones.
 
Elizabeth y Georgianna se miraron y comenzaron a guardar las cosas, para que los chicos no preguntasen.
 
- Abran aquí.- Gritaba Paolo.
- No, ábranme a mi.- Decía André. Ellas rieron y en cambio salieron por la puerta de en medio, le echaron llave y salieron corriendo a todo lo que daban sus piernas.
 
Y es que como había yo dicho antes. André y Paolo siempre, siempre estaban peleando. Y Georgianna y Elizabeth, siempre los molestaban. A propósito.
 
 
 
 
 
- Chitón, nos  van a descubrir si sigues haciendo ruido.- Murmuró Tom a Will. Y fue Claire quien soltó una risa silenciosa.
-  Esto es un programa de espionaje, Claire, si de verdad crees ser una espía, has de hacer lo tuyo.- Siseó Tom y Claire se calló al instante.
Holly y Matt entraron al cuarto de Helena a rastras, como quien esta en medio del campo de entrenamiento en el ejército. Aunque de cualquier modo no hacía falta alguna, pues Helena en aquellos momentos no se encontraba allí. Sino nadando, en la piscina techada.
 
- No hay moros en la costa.- Dijo Holly y Matt corroboró:
- Despejado, capitán.
 
Claire entró corriendo con un frasco de vidrio donde había varias arañas y tras ella llegó Will, con ratones en las manos, que colocándolos en los cajones salió a ayudar a Tom con la retaguardia.
 
- Alerta, Rose viene acá, viene Helena acá.- Dijo Tom en susurros. Claire que ya casi terminaba vio una llave tirada debajo de la cama, de modo que agarró la cadena que la sujetaba y tiró de ella, para salir corriendo despavorida junto con Tom, Matt, Rose, Will y Holly. En medio de la huída a la pequeña Claire, se la cayó la llave.
 
La cual fue a dar justo a los pies de Elizabeth, que había subido por la cámara de Georgie. Anonadada, Elizabeth recogió la llave y la guardó, justo antes de que Helena le preguntase que hacía en el suelo.
 
Pero aquella respuesta no se escuchó. Ni Helena deseó oírla. Ya que tras Helena venía la madre de Georgie anunciando que era hora de comer.
 
Elizabeth consideró que era mejor esperar a que Georgie y ella estuviesen solas un momento, para poder mostrarle su descubrimiento. Pero dicho acontecimiento no se dio hasta que la noche cayó, y ellas pudieron disfrutar de tranquilidad en su cuarto.
 
- Elizabeth, me dijiste que tenías algo que mostrarme.- Dijo Georgie subiendo a la cama de Elizabeth como cachorrito que no puede dormir. Elizabeth se echó a reír.
- Sí, pero te lo mostraré mañana.- Dijo Elizabeth haciéndose del rogar. Georgie le estampó una almohada en la cabeza.
- Ahora, Lizzie.- Dijo y Elizabeth le regresó la almohada a Georgie, quien la atrapó justo antes de que le diese en pleno rostro y le sacó la lengua. Elizabeth sonrió y se levantó a mostrarle la llave.
- Trae el cofre Georgie.- Dijo Elizabeth. La llave resultó abrir el cofre, y este, resultó tener veintidós dijes, todos diferentes. Tanto de colores como de forma. No obstante, todos del mismo tamaño. No más de tres centímetros cada uno.
-¿Para que alguien quiere tantos dijes?.- Preguntó una mosqueada Georgie, quien esperaba algo para leer. Como cartas. Elizabeth sonrió.
- No creo que sean tan amigos de los libros como tú, G.- Dijo Elizabeth con una sonrisa en los labios que pronto se borró. Pues, estaba por cerrar el cofre, ya que Georgie se había dado la vuelta muy molesta cuando de la nada uno de los dijes comenzó a proyectar luz.
 
La luz de la luna, la luz del sol, la luz del oro al brillar. La luz del arco iris. La luz de las estrellas y finalmente comenzó a volar. Y una luz muy especial salió del cristal. Elizabeth ahogó un gemido y la caja, que había resbalado hasta el suelo se cerró de golpe. Y aquel dije ahora colgaba del pecho de Georgie, quien se hallaba profundamente dormida. Mientras aquel dije, aun emanaba luz.
 
Elizabeth que recostó a Georgie en su cama, le tomó dos minutos apartar la mirada de aquella luz tan especial. Que cuando lo logró y vio el rostro de su amiga, reconoció aquella luz.
 
Era una perfecta sincronización, una copia demasiado bien hecha del color de ojos de su amiga.
 
Y sonrió. Una cosa como esa solo podía ser magia.
 
Bueno, ella esperaba con ansias volver a abrir aquel cofre, que uno de aquellos dijes la eligiese a ella. Pero lo haría mañana. Cuando Georgie hubiese despertado.
 
Y cuando ella estuviese un poco más despejada. Porque no cabía duda. Era magia.
 
 
 
 
 
- Estoy segura de que lo he leído por algún lado.- Dijo Elizabeth. Se encontraban en la biblioteca de la mansión, donde había muchos libros a su alrededor.
- ¿Porque mejor no buscas en internet?.- Dijo Georgie y Elizabeth la fulminó con la mirada.
- Porque la Internet no es fiable.- Dijo Elizabeth. Georgianna prorrumpió en carcajadas.
- Entonces los libros tampoco, los libros y la Internet fueron hechos por humanos, como tú, como yo. Si no te satisface lo que los humanos inventamos para justificar ciertos hechos que no tienen que ser justificados, entonces, sinceramente no podrás encontrar respuesta alguna.- Dijo Georgianna con una sonrisa en los labios y Elizabeth suspiró.
- Sí, supongo que tienes razón.- Dijo y sin más sacó su Blackberry y consultó.- Lo sabía, estaba en este libro.- Dijo Elizabeth tras unos momentos y Georgie se echó a reír.
- Tú si que eres el colmo Lizzie.- Dijo Georgie.- ¿Qué dice?
- Bueno, algunos cristales pertenecen a Atlántida, pero yo creí que era fantasía.- Dijo Elizabeth. La noche anterior la había elegido, mientras dormía tranquilamente uno de los cristales del cofre.
- Mira, yo no me creo todas esas cosas, son de chiflados, si así fuese yo podría volar.- Dijo con sarcasmo, más sin embargo dicho y hecho, Georgianna comenzó a volar sin necesidad alguna de alas ante la atónita mirada de Elizabeth, que volvió al Blackberry.
- Sí quieres bajar tienes que desearlo, al parecer, estos dijes no solo pertenecen a Atlántida, sino que son … .- Pero lo que eran no se escuchó, pues una voz que salía del dije de Georgianna comenzó a hablar. Georgie se asustó de tal modo que se cayó.
- ¡Bah! Son patrañas.- Dijo la voz, que era de hombre.- Nosotros somos de Atlántida eso es lo único cierto. Pero, esta niña necesitaba un escarmiento.
- cierto, se la ha pasado renegando de la magia todo el tiempo.- Dijo la voz del dije de Elizabeth, la cual era de mujer.
- ¿Hablan estas cosas?.- Dijo Georgie queriendo echarse a llorar. Elizabeth en cambio parecía fascinada.
- ¡Hey! ¿Ya la oíste, Doyle?.- Dijo con voz socarrona la mujer.
- Fuerte y claro.- Dijo el dije llamado Arthur.- Escucha muñeca, no nos llamamos cosas, tenemos nuestros nombres y somos personas, pero estamos atrapados aquí.
- ¿Se pueden salir?¿Podemos ayudarlos a salir?¿Qué haremos con los demás, sus compañeros?.- Dijo Elizabeth. La mujer bufó. Y Georgie se echó hacia atrás, tratando de quitárselo.
- Mi nombre es Christie, y haces demasiadas preguntas, niña.- Dijo con voz cansada.- Pero te responderé. Para empezar, nosotros no saldremos jamás de aquí, lo hemos elegido. Es un sacrificio, y venimos a la tierra a tratar de ayudarles a abrir sus mentes, pero evitando la catástrofe que ocurrió en Atlántida. Y respecto a que harán con nuestros compañeros, un buen inicio sería dejar la caja abierta.- Dijo Christie. Elizabeth asintió y la abrió ante la horrorizada mirada de Georgie.
- Vamos Georgie esto será divertido, además siempre hay villanos y ahora no los hay.- Dijo Elizabeth. Y Georgie gimió.
- Y esperemos que no los haya.
- Que no estén presentes en nuestra conversación no significa que no estén alistándose para atacar.- Dijo Arthur.
- Eso es fantástico, podremos luchar.- Dijo Elizabeth emocionada y Christie carraspeó.
- Me gustaría que tu amiga leyera el reverso de la tapa.- Dijo ella. Y Georgie agitó la cabeza en forma de negación.
- Es una orden.- Dijo Arthur y la guió hasta donde la caja. Estaba ella a punto de leer cuando en una cuestión de segundos, entraron Holly, Paolo con Lina en brazos, Claire, Matt, Will, Rose y Hugo, quienes fueron alcanzados por unos rayos de luz y sus respectivos cristales. Dejándolos de este modo por completo desmayados. Georgie ahogó un grito pero no se movió.
- Necesitamos que ustedes nos ayuden, desde que han pisado esta casa supimos que eran los elegidos, pero solo uno de ustedes, es al que querrán en verdad los Titanes.- Dijo Arthur.
- ¿Titanes?¿Qué tienen que ver ellos con los de Atlántida?.- Preguntó Elizabeth.
- No los de Grecia, son de Atlántida, o bueno, fueron ellos los que provocaron aquella destrucción fatal mientras trataban de hacerse al poder.- Repuso Christie. Mientras tanto Georgie trataba de despertar a los demás.
- Estarán bien, pero necesitan reposo. Ahora, necesitamos que vengan sus amigos para el mismo rito.- Dijo Arthur.
- Llámenlos con la mente.- Dijo Christie. Pero tanto Elizabeth como Georgie se quedaron perplejas mirando a sus respectivos dijes y alternando la mirada entre estos, ellas y los desmayados.
- Arthur explícales tú.- Dijo molesta Christie.
- Que temperamental.- Dijo burlón y luego carraspeó.- Muy bien, escuchen, nosotros somos sus guías, el cristal es el conducto de lo que piensan sus mentes ¿Han oído hablar de “Todo es posible”? Bueno, ahora es real si tienen los cristales.
- Los titanes vendrán a buscar a uno de ustedes, ya que solo uno de ustedes tiene el poder “del Dios”o “la Luz” como deseen decirle.- Corroboró Christie.
- Pero juntos los pueden detener.- Dijo Arthur ante la asustada Georgianna.
- Eso no es de mucho alivio, no creo que Paolo se una a André ni en sus más fieras pesadillas.- Dijo Georgie recuperando un poco el aplomo.
- Tendrán si quieren vivir.- Dijo Christie.
- ¿Qué harán los titanes con quien secuestren?.- Pidió Elizabeth emocionada.
- Lo harán que desate su poder de Dios, pero si esto ocurre…
- Todo lo que conocen, se extinguirá.- Dijo Arthur completando a Christie.
- ¿Porque?.- Preguntó Georgie.
- Porque ser un Dios implica creación, pero también destrucción.- Dijo Elizabeth. Y tanto Arthur como Christie asintieron.
 
No me preguntes como asiente un cristal, pues difícil sería explicártelo, pero de algún modo, la luz de ambos dijes titiló y ellas supieron, que debían estar más unidas que nunca. Mientras tanto, Helena no sabía que la había llevado a la biblioteca, pero supuso que era porque andaba buscando a André y a los demás, que la habían dejado plantada esperando en la piscina.
 
Por un lado eso le dio al principio igual. Pero tras estar un buen rato a solas, necesitaba alguien a quien molestar. Pero la mansión estaba casi vacía. De no ser porque los adultos la habían invitado a ver películas uno hubiera creído que estaba todo muerto y era la única allí.
 
Bueno, ya se vería ello.
 
Por ahora lo que más le apetecía era saber que hacían Georgianna y toda aquella bola de inútiles perezosos. Pero había buscado en todos lados. Y preguntado a los empleados que pasaban por allí. Y ninguno sabía nada en absoluto.
 
Lo cual le irritaba de sobremanera. Por eso mismo había llegado ella hasta la biblioteca. Escuchó un murmullo general, lo que le hizo pensar que tal vez había sido excluida de aquella fiesta. Por tanto en un impulso de ira abrió la puerta, casi al instante una luz brillante se aproximó a ella a toda velocidad y pronto, perdió la conciencia.
 
- No pienso ir a ningún lado.- Afirmaba Helena al recuperar la conciencia y ser puesta al tanto de lo ocurrido.
- Bueno, si no vas los titanes nos matarán ¿Quieres eso?.- Dijo molesta Elizabeth.
- Preferiría quedarme aquí.- Puntualizó G y Elizabeth bufó exasperada. Era la primera vez que Helena y Georgianna coincidían en algo y ese algo debía ser para mal. Vaya cosa.
- Bueno, si tu decides quedarte y Helena también, nosotros si nos iremos.- Dijo tras un sinfín de riñas. Los demás, se preguntarán ustedes ¿Qué hacían?
 
 Bueno, ellos se hallaban platicando, cada uno con sus respectivos cristales ya que todos estaban de acuerdo en irse de allí.
 
- Escucha, no dejaré a nuestros padres aquí, ellos nos necesitan, los titanes matarán todo lo que se encuentre en su camino ¿No es así?.- Gritó Georgie desesperada.- ¡Los matarán!
- Es hora de irnos.- Dijo el cristal Arthur y la caja donde antes habían estado los cristales esperando su destino, voló hasta las manos de Georgianna.
- No leeré nada.- Dijo firme G. Elizabeth bufó.
- No es tiempo de ponerse a analizar las cosas Georgianna.- Dijo por primera vez en mucho tiempo, Elizabeth llamando a su amiga por su nombre completo.
- No estoy analizando nada, no iré y esta es mi última palabra al respecto.- Dijo y dando media vuelta salió de la biblioteca con el cristal Arthur siguiéndola de cerca. Elizabeth meneó la cabeza exasperada y miró a Helena quien comenzaba a tener sus dudas.
- ¿Vendrán en serio por nosotros?.- Preguntó Helena asustada ahora. Elizabeth hizo un esfuerzo enorme por no rodar los ojos y decirle que ya se lo había repetido hasta el cansancio y asintió.
- Así es ¿Vendrás o no?.- Preguntó Elizabeth y Helena asintió rápidamente.
- Tenemos que alistar nuestras cosas, partiremos al amanecer.- Dijo Elizabeth y todos fueron a cargar sus equipajes.- Recuerden, no demasiada ropa y debe ser solo una maleta.
 
Ya que hubieron salido todos de la biblioteca dejando a Christie y Elizabeth a solas, Christie habló:
 
- Escucha, debemos hacer que Georgie sea la que lea el reverso de la caja o no se abrirá el portal y los titanes comenzarán a destruirnos.- Dijo Christie preocupada.

- Ella jamás aceptará.- Dijo Elizabeth convencida. Christie sonrió.

- Tengo una idea pero para ello necesitaremos que Paolo nos ayude.- Dijo ella.
- Muy bien, veamos de que es capaz mi hermano.- Y subieron las escaleras para ir con Paolo.
 
Georgie no se estaba preparando para la batalla, como muchos pensarían, al ella haber decidido quedarse, pero ciertamente Georgie no era muy hábil con las espadas, ni con estrategias militares o cosas por el estilo. Vaya, que ni las trampas para ratón le salían bien.
 
En cambio si le salía fantástico ir a ducharse y pensar si era o no correcto lo que estaba haciendo.
 
Estaba en sus cavilaciones cuando Arthur comenzó a hablarle tranquilamente.
 
- Georgianna, no puedes evitar ser como eres, eso es más que obvio. Pero debes pensar que posiblemente si te atrapan a ti, y a la “Luz” entonces tus padres y la gente a la que quieres se habrá muerto, mientras que si huyes estarán con vida, aunque los maten. No te olvides de que un Dios puede hacer todo lo que deseé, excepto si lo secuestran los titanes. Ellos lucharán para hacerlo, y convencerlo de que lo que hacen esta bien y que debe ayudarlos. Y entonces será demasiado tarde. Además hay otro asunto. El portal que nos conduce a otros mundos, pese a todo, quien lo creó se aseguró que la unión hiciera la fuerza. Con esto, creo que sabes a lo que me refiero. No podrán irse si tú no estas. Y por haber encontrado al guardián – hablo del gato – tienes que ser tú quien lea el reverso de la caja donde hemos sido guardados. Lo cual lo hace mucho más imposible si no aceptas. Tengo que decir, aún cuando leas aquella caja, tienes que estar plenamente dispuesta a hacer lo que vas a hacer. En este caso, abrir el portal para marcharte.

Georgie suspiró y luego echó una mirada hacia la ventana. No era nada consolador lo que aquel objeto le decía con cada que pasaba el tiempo. 


Ella al parecer y según... por decisión de todos había sido la bruja de la historia, no solo porque se negaba a ir en búsqueda de aventuras, sino porque ponía en peligro a todos al tratar de proteger a los padres y su mundo. 

Ella bajó ninguna circunstancia había elegido aquello. Siempre trataba de razonar y ser sensata, pero al parecer esto era algo que últimamente no se le daba muy bien. Ella volvió a suspirar y Arthur la miró de forma inquisitiva lo que le hizo a Georgianna tener que prepararse a responder.

- No haré tal cosa, no pienso ir a ningún lado. Yo no soy Scarlet O’Hara, ella permitió que su mundo se fuera abajo y no hizo nada, además, se me dan fatal las decisiones o el tratar de ir a la cabeza. Y de lo único que estoy segura es de que no deseo que mi mundo se venga abajo.- Dijo Georgie interrumpiendo aquel aburrido discurso del dije y sumergió la barbilla incluyendo la boca en el agua.

Estaba agotada y algo que le dejaba aún más agotada era tener que decidir. Ella no era por naturaleza una persona que mandara, fuera líder o algo.

De hecho era todo lo opuesto. Aquella extraña situación en – la que por cierto, no acababa de creer del todo – la que se hallaba ella, no hacía más que acentuar lo obvio de su carácter tan poco dado a sobresalir.







Paolo estaba seguro de una cosa. Si bien todo aquello de la magia era demasiado por un solo día, tenía en claro que debía lograr que todos se fueran de allí para estar sanos y salvos. O cuando menos, ayudarlos a huir de los titanes.

De modo que cuando volvió sobre sus propios pies al no resultarle el discurso con Georgianna se percató de la presencia de cinco sujetos, dos de las cuales eran mujeres. Los cinco avanzaban decididamente hacia la mansión. Poseían un porte poco familiar, aunque sus ropas parecían ser normales, dado que iban en jeans, blusas y camisas acorde al clima y al lugar.



Jamás había visto tanta belleza junta, incluidos los hombres poseían bastante que envidiar.

Pero él sabía de algún modo que algo no iba bien. Pese a que en un principio pensaba en la idea de que posiblemente fueran vecinos, descartó al instante la idea. Había un toque sobrenatural en aquellos seres “humanos”, algo que lo hacía pensar.

Caminaban con mucha elegancia y trató de analizar el porque, pero no salía la razón. 

Frunció el ceño. Uno pensaría que estaba loco de remate para despreciar a los visitantes, sobre todo si eran tan...  parecidos a él. Pero algo allí no encajaba y sobre todo era que algo en su instinto le advertía del peligro.

Fue entonces cuando una de ellas lo vio y él se quedó tan aturdido como la misma. Entonces lo supo. ¿Cómo? Eso no se paró a pensarlo ni de broma. Solo entonces comenzó a correr

Rogando por que pudiese ser todo a tiempo. Lo más rápido posible. Y por primera vez en su vida, maldijo para si mismo a la gran mansión en la que se encontraba.


----------------------

Bien, tras pensármelo un rato, decidí poner aquí mismo Hocus Pocus. Pueden leer el resumen en la otra entrada. Como siempre, la novela ha sido registrada. Y pueden descargarla gratuitamente para no tener que esperar a que suba el siguiente capitulo.
Disfrútenla.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Bunny Kisses

Ir hacia Arriba
Sean amables, comenten. Y si quieren regresar al cielo acaricien al conejito.