Case volteó apresuradamente cuando aquella chica había
pasado distraídamente por detrás suyo. Había podido verla gracias al espejo
colgado en la pared de la librería mientras él estaba buscando uno de sus
libros favoritos para leer aquella tarde. La ciudad de Fair casi no figuraba en
el mapa. Demasiado pequeña para ser tomada en cuenta, con una pequeña cantidad
de habitantes y aún una menor de turistas, aquella chica debía pertenecer a la
clase de turistas que habían llegado a la costa aquel lunes. El ferri llegaba
dos veces por semana mientras Case daba su habitual vuelta por la librería
local. Case siempre había sido aficionado a los libros. En una pequeña ciudad
que casi podría ser confundida como pueblo y donde no había mucho que se
pudiera hacer, a no ser que fueran las tardes de chismes, tomar el té o leer.
La tecnología casi no había llegado allí, y era por ello que Case agradecía ese
pequeño milagro. La mayor parte del tiempo quizá pese a su bien parecido, era
considerado prácticamente un ermitaño. Salía poco, hablaba poco, ayudaba mucho
y casi nadie sabía ya mucho de él tras la muerte de sus padres. Su tía era con muncho
la única mujer que le habían notado en su vida. Y más allá de la servidumbre
que como hombre adinerado solía tener, no había nadie que pudiera decir mucho
sobre su persona.
Pero aquella vez Case salió de su mundo un poco más, y no es
que fuera una especie de retrasado, pero su vida la vivía como un autómata. O
cuando menos de esa forma lo veían los demás. Porque en el fondo, Case, no era
para nada como lo pintaban ellos.
Apasionado. Intenso, amable, inteligente, con un agudo
ingenio, de humor inglés y una lengua bastante suelta, lo cierto era que Case
era todo menos lo que ellos veían. Así era él en realidad. Aunque también era
caballeroso, cortés y en absoluto descreído sobre las ideas del amor, algo que
para su edad, su género y su época que pese a ser muy actual no era para nada
lo usual. Por ello quizá era mejor que le vieran de forma distinta a quien en
realidad era. Y sin embargo, cuando Case
miró a aquella chica de largos cabellos rubios y vestido de encaje a través del
ventanal de la librería por el espejo colgado al fondo, tuvo que voltear.
Porque hasta entonces él jamás había visto una chica como esa. Brillante, con
la alegría saliendo por todos los poros de su bronceada piel por el calor de
verano. Genuina, alegre y divertida, cuyo olor personal era perfume de coco. Y
él entonces supo que quería conocerla. No importaba lo que pasaría después,
dentro de dos meses, de seis o un año. Tenía que saludarla. Y por primera vez
actuando como autómata se dirigió hacia donde ella se encontraba, comprando un
helado de sabor.
Una mirada. Fue todo lo que necesitaron para saberlo.
“Hola.” Dijo Case sonriendo. Ella sonrió.
“Hola.”
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Pues bien, estamos hablando del amor. Sí, de la atracción también, porque el amor es una atracción en si misma por la persona opuesta, pero no un amor fuerte. De ese modo, solo es un primer vistazo a lo que podría ser después. Me refiero por supuesto, el amor no es solo verse a los ojos y ya es eterno y verdadero. Pero sí quise sin embargo hacerlo muy ligero e inocente. Como ven, también es un amor de verano, así que los finales quizá no sean los mejores. O quizá sí. Eso lo dejo a la imaginación.
Quiero, sí sin embargo dejar claro que esa inocencia, esa atracción, amor, y sonrisas, no sé que tan común sean hoy en día. Pero yo siento que faltan. Es como si en la sociedad actual nos hubiéramos brincado varios pasos y entrado de lleno al plato fuerte. Y eso no se hace. Así que sí, esta historia corta es una critica a la sociedad. Falta magia. Y lo peor es que la echamos de menos. Reproduzcámosla de nuevo.

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