Muchas veces he tomado el té. Sí, al vivir en Inglaterra un tiempo es una de las experiencias con las que me he quedado y de las que cuando menos una vez a la semana acostumbro a crear una fiesta de té. Se ha vuelto casi religiosa entre mis conocidos. Quienes esperan con ansias mis tartas, panqueques y demás bocadillos. Si bien, incluso es una experiencia que no he abandonado, si se vio relegada a un segundo plano al llegar a Nueva York. Donde como neoyorkina he pasado al café. A diario.
Y aún así, jamás olvidaré esa tarde de té. Cuando la tarde comenzaba a caer aun más de lo que ya, y daba paso a la noche. La lluvia comenzó a golpear con fuerza sobre el tejado. Mientras recogía la mesa y cuando ya todos los invitados se habían marchado. Apareció él, entrando sin invitación casi. Pero quedándose en la entrada. Sin duda esperando a que pasara la lluvia. Me asustó. Y en medio de ello di un traspiés tirando unas tazas de porcelana. Él se dio la vuelta.
- Lo lamento. Quiero decir, meterme de este modo. La lluvia... - Intentó excusarse él mientras se acercaba a ayudarme.
- Tiene usted suerte de que no haya sido mi mejor juego de tazas.- Dije gruñendo. Y le aparté de un manotazo.
- ¿Tuvo una fiesta? - Dijo prácticamente apartándose. Sonreí con pesadez.
- Por supuesto. Y llega tarde. Demasiado. - Dije aún molesta. Él sin embargo en vez de amedrentarse, me sonrió.
- No sabía que había estado esperándome, de haberlo sabido, hubiera llegado antes.- Dijo. Y entonces lo miré.
- Aún queda té.- Dije al mirarle chorreando en medio de mi sala.
- ¿Usará su mejor juego?
- No.- Respondí mientras lo veía fijamente. Él agitó la cabeza, como si se sintiera decepcionado. Y añadí.- Tendrá que ganarse el privilegio.
El sonrió. Y así, tras cambiarse las ropas con algunas que tenía por allí y medio improvisando, mientras yo preparaba una segunda ronda, fue como encontré esa tarde en medio de la lluvia, una buena platica y un amigo.

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