La primera cosa que recuerdo, de cuando era niña, eran los
desayunos del fin de semana tardíos, dos huevos, jugo de naranja para mí y café
para mis padres. Mis siguientes recuerdos son quizás un tanto extraños,
especialmente sobre la mañana en que tomé mi primera taza de café. Tenía ocho
años y una inmensa curiosidad sobre que era aquella taza tan extraña y a que
sabría. Así que cuando mi madre se fue a trabajar, yo me quedé en casa, enferma
y lo primero que hice fue observarla salir, ansiosa por que se marchara. Decidida
a guardar mi pequeño secreto hasta que pudiera. Y cuando por fin lo hizo,
aproveché para tomar mi primera taza de café, prohibida por supuesto. Quizás no
me gustó tanto, así que le habré puesto medio vaso de azúcar y leche y habré
intentado tragármelo completo, como había visto que hacía mi padre. Fracasé por completo. Tal vez incluso se lo
haya echado a la planta de mi tía, completamente disgustada en aquel momento.
Odiaba el café. Pero amaba tomarlo. Porque era prohibido.
Nunca se enteraron de ello. Hasta que cumplí catorce años.
Para entonces, aunque aún intentaba cogerle el gusto al café no confesé que lo
detestaba. Hubiera sido firmar mi sentencia. Mis amigas sin embargo, me
llevaron a Starbucks por primera vez haciendo de novillos. Y quizás fue allí
cuando mi amor por el café nació. Combinado con un pastel de chocolate o crema.
Solía tomarlo cada fin de semana sentada en el rincón, lo que para mí era una
delicia porque era el único momento en que podía disfrutar un poco de paz en mi
agitada vida. Recuerdo esa vez que el café se derramó sobre mi pantalón blanco
favorito justo cuando iba a salir. O la
primera vez que un chico me invitó una taza de café solo para pedirme mi número
después. Y solo cuando probé lo dulce que podía ser, empecé a amar el café. Gustos
adquiridos, diría yo. Quizás tanto que hoy soy bastante snob con los cafés. Lo
que es una pena, porque en general no es como si existiese café del bueno
colgado de los árboles para tomar o llevar gratis. De cualquier modo, mientras
escribo esto, la cafetera ha acabado de hacer el café y yo estoy por dejar
entrar al gato.
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Lo siento lo siento lo siento lo siento… ¿Son suficientes “Lo
siento”? ¿No? Bueno, pues, lo siento. Estoy muy ocupada con la sorpresa que les
traigo. Ya falta menos, pero créanme, valdrá totalmente la espera. Esta tarde
estoy un poco ocupada, así que les traje solo un pequeño tema. Es sobre el café
y los recuerdos. Una taza de café puede parecer algo común, ¿Pero qué tan común
es la historia que hay detrás de ello?
¿Qué tan común es tu historia con el
café si por ejemplo, conociste al amor de tu vida cuando te derramó una taza
encima por accidente? ¿O cuando se cayó aquella taza de café en tus documentos
más importantes? En fin, yo tomo varias
tazas de café al día y para mi es interesante conocer las historias, incluso
las más extrañas. A veces todo comienza con una taza de café, incluso las
amistades o los romances. Quizás aquí en este texto a lo que más me refiero es
al gusto por el café, pero aún así… cada uno tiene su historia. ¿Les gusta el
café a ustedes? ¿Cuántas tazas toman al día? ¿Tienen alguna historia para
compartir? Una taza de café te hace a ti el protagonista de tu propia historia.

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