Parecían cristales cayendo del cielo. Brillaban con
intensidad mientras observaba guardándome desde el techo, a salvo de la lluvia.
Era curioso como el sol los hacía brillar con fuerza, otorgándoles el brillo de
un diamante. Y entonces salí al patio. Brinqué entre los charcos, canté con
fuerzas y suspiré mientras giraba, a todo ello no me importaba quien me viera.
Solo estaba yo. Intentando brillar como las gotas de agua que caían una tras
otra, implacables. Y entonces le vi. Un muchacho parado entre la lluvia me
veía. Con la cara cubierta de rojo por la vergüenza me eché a correr hacia mi
casa. Asustada en un principio cuando gritaba llamándome, y riendo después,
cuando logré escapar de su mirada y persecución.
Observándolo fascinada, mirando como aún me llamaba. Y entonces me di la vuelta y entré en mi casa sin que él lo notara. Así era mi
vida cuando llovía. Amaba todo eso en las lluvias suaves. Aquellas que bajo el sol ocultaban y revelaban
arcoíris por todos lados. Amaba la lluvia de primavera.
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Bien, disculpen. Esta es la del viernes. Se suponía que la traería ayer, pero me quedé pegada al monitor mientras seguía con la sorpresa que les tengo. La cual, ya está en sus fases finales. Ya falta menos. Tanto que diría que el mes que sigue se las traeré sin falta.
Entonces, espero que les guste este pequeño párrafo, tomado especialmente de uno de mis diarios y que esperen pacientemente por mis continuas faltas. Que en verdad estoy intentando terminar la sorpresa.
Feliz fin de semana.

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